África: recetas para atenuar los efectos del COVID-19 en las economías más vulnerables

Un vendedor distribuye periódicos con mascarilla como medida preventiva contra la propagación del COVID-19 en Nairobi, Kenya. Simon Maina/AFP via Getty Images

 

Mientras los viajeros cancelan sus vuelos, las empresas piden a sus trabajadores que se queden en casa y los suministros se reducen, la crisis sanitaria global se convierte en crisis económica global.

En cualquier crisis sanitaria, nuestra principal preocupación es y debe ser la salud de las personas afectadas. Cerca de 10 000 personas han muerto en todo el mundo y se han confirmado más de 200 000 casos en 166 países o regiones.

El impacto económico tiene efectos drásticos en el bienestar de las familias y de las comunidades. Para las familias más vulnerables, la pérdida de ingresos debido al brote se puede traducir en desigualdad económica, escasez de alimentos para los niños y en un reducido acceso a la atención sanitaria mucho más allá del COVID-19. Con estos casos confirmados en muchos países de ingresos bajos y medios, estos impactos pueden afectar a las poblaciones más vulnerables.

¿Cuáles son las consecuencias económicas que podemos esperar de COVID-19? Más allá de la tragedia humana, hay un impacto económico directo por las muertes. Las familias y los seres queridos pierden los ingresos de las víctimas y sus contribuciones en especie a los ingresos del hogar, como el cuidado de los niños.

Aunque es menos probable que fallezcan a causa del COVID-19, muchos adultos que trabajan siguen contagiándose y sus familias sentirán la carga financiera al faltar al trabajo durante días o semanas.

Distanciamiento social

La mayores consecuencias económicas del virus provendrán del distanciamiento social. Es decir, las medidas que la población toma para evitar contagiarse del virus. El aislamiento social proviene de tres fuentes:

      1. Los Gobiernos prohiben ciertos tipos de actividades, como cuando el gobierno de China ordenó el cierre de fábricas o como cuando Italia cerró la mayoría de las tiendas en todo el país.
      2. Las empresas e instituciones (incluyendo centros educativos y empresas privadas) tomaron medidas preventivas para evitar la infección. El cierre de negocios, ya sea por orden gubernamental o por decisión de los empresarios, provoca la pérdida de salarios de los trabajadores, especialmente en las economías informales, donde los trabajadores no disfrutan de vacaciones remuneradas.
      3. Las personas reducen los viajes. Esto afecta a los mercados, al turismo, a los comercios y a las actividades sociales, entre otros.

Estas acciones afectan a todos los sectores de la economía. Esto, a su vez, se traduce en una reducción de los ingresos tanto por el lado de la oferta (la reducción de la producción hace que se incrementen los precios para los consumidores) como por el lado de la demanda (la reducción de la demanda por parte los consumidores perjudica a los propietarios de las empresas y a sus empleados).

Estas repercusiones económicas a corto plazo pueden traducirse en un frenazo para el crecimiento a largo plazo. A medida que el sector sanitario emplea más recursos y que las personas reducen las actividades sociales, los países invierten menos en infraestructuras. Los colegios cierran y, como consecuencia, los estudiantes pierden clases (esperemos que solo durante un tiempo), pero es probable que los estudiantes más vulnerables no vuelvan al sistema educativo, lo que implica un menor flujo de ingresos a largo plazo para ellos y para sus familias, y una reducción del capital humano general para sus economías.

Por ejemplo, los embarazos no deseados aumentaron considerablemente en Sierra Leona durante la epidemia del Ébola, probablemente como resultado del cierre de escuelas. Las madres adolescentes tienen menos probabilidades de volver a la escuela y es probable que sus hijos disfruten menos de las inversiones en sanidad y en educación.

Además, la infección y muerte de trabajadores sanitarios en las primeras fases de las epidemias puede provocar el empeoramiento de las condiciones de salud a largo plazo, como la mortalidad materna e infantil. Todo esto tiene repercusiones en la pobreza que van mucho más allá de sus implicaciones humanitarias.

¿Qué sabemos hasta ahora y qué podemos esperar?

Las estimaciones económicas de los posibles efectos mundiales varían drásticamente. Tom Orlik y otros autores publicaron en Bloomberg que esperan unas pérdidas 2,7 billones de dólares. El Banco Asiático de Desarrollo prevé pérdidas que oscilan entre 77 000 y 347 000 millones de dólares, y un informe de la OCDE afirma que se espera una reducción a la mitad del crecimiento económico mundial.

Recientes análisis sobre las repercusiones reales y potenciales de la crisis en África ofrecen un panorama similar.

Los efectos económicos

En todos los sectores de los países africanos, las repercusiones económicas derivan de la ralentización de la economía china, con la reducción de la demanda china de materias primas. Este análisis presenta una reducción de las inversiones en energía, minería y otros sectores, y una caída de los viajes y el turismo.

Otro análisis informa de que el cierre de las empresas chinas ha afectado negativamente a los consumidores en África. En Zimbabue y en Angola, las exportaciones se han visto afectadas.

Alrededor de una cuarta parte de las importaciones de Uganda provienen de China. Las cadenas de suministro se han interrumpido durante semanas porque muchas fábricas chinas suspendieron la producción. Los pequeños comerciantes que venden textiles, productos electrónicos o artículos para el hogar tienen dificultades. En Níger, el suministro de ciertos bienes procedentes de China, incluidos los comestibles, se ha reducido considerablemente, algo que ha dado lugar a un aumento de los precios.

La mayor parte de los datos y los efectos observados hasta ahora en el mundo en vías de desarrollo proceden del cese de la producción y la exportación de China. Estas estimaciones son anteriores al empeoramiento de las condiciones económicas en Europa y en Estados Unidos. Pero a medida que las economías de otros países se desaceleran con la propagación de la enfermedad, estos impactos se reflejarán más claramente en los datos económicos y es probable que crezcan con el tiempo.

¿Qué se debería hacer?

Además de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, añadimos tres más:

En primer lugar, hay que contener la pandemia, como dice nuestro compañero Jeremy Konyndyk:

Para apaciguar las reacciones del mercado ante el brote hay que presentar un plan viable para derrotarlo.

Mientras el brote se esté propagando de forma activa, muchas medidas de aislamiento son racionales e inteligentes. Contener la enfermedad es el primer paso para mitigar no sólo los impactos en la salud, sino también los impactos económicos.

Lo segundo es reforzar la red de seguridad. Los hogares más vulnerables son los que tienen más probabilidades de verse afectados económicamente. Los trabajadores con salarios bajos son, a menudo, los que tienen más probabilidades de perder sus empleos si dejan de trabajar debido a una enfermedad prolongada.

Normalmente son los que tienen menos capacidad de trabajar a distancia para evitar contraer el virus y son los que menos posibilidades de ahorro tienen para sobrevivir a una crisis económica.

Asegurarse de que existe una red de seguridad económica –transferencias de efectivo, bajas por enfermedad, cobertura sanitaria subvencionada– ayuda a los más vulnerables a sobrevivir y proporciona apoyo a las empresas que atienden a esas poblaciones.

La tercera medida es considerar el impacto. Para prestar asistencia es esencial disponer de datos sistemáticos que reflejen cuáles son las poblaciones que atraviesan mayores dificultades y cuáles son las industrias que fracasan. Durante la epidemia del Ébola de 2014-2015, los investigadores realizaron encuestas telefónicas en Sierra Leona y Liberia para reunir información sobre la enfermedad y sobre el aislamiento social en los hogares y las empresas de ambos países.


Amina Mendez Acosta ha colaborado en este artículo. Una versión de este texto fue publicada por el Center for Global Development. Ha sido traducido por María José Estupiñán Hosse con la colaboración de Casa África..

David Evans, Professor of Public Policy, Pardee RAND Graduate School y Mead Over, Adjunct Professor - Global Human Development (GHD), Georgetown University
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